sábado, 1 de noviembre de 2014

Eucalyptus.

"Apuesto a que tú también estabas harto de las luces intermitentes que impactaban en tus ojos de un momento para otro y de aquel humo que salía del escenario anunciando la llegada de alguna cosa sobrenatural que nunca llegaba.
Entonces, la vida eran solo calles. Y sin darnos cuenta, acabamos uno al lado del otro, en una barra que parecía no terminar nunca. Tú y yo.
Tú dijiste que no creías que fuera casualidad y yo decidí irme contigo, donde fuera.
El mundo a tu lado olía a eucalipto, y a tierra mojada.

Nos volvimos a encontrar en un autobús cualquiera, un domingo que no tenía nada más que hacer que ir en bus para mirar la ciudad desde los ojos de quien necesita observar algo por primera vez para descubrir una parte de si mismo que hace demasiado tiempo que creía olvidada.
Te encontré protestando por la incomodidad de los asientos y supe que en realidad no eran los asientos los que no te dejaban respirar tranquilo.
Tus ojos habían oscurecido y tu voz ya no sonaba igual.
Encontrarme contigo era dar la bienvenida a una despedida.

Años después me paraste por la calle mientras iba hacia el trabajo.
Dijiste que querías enseñarme algo, y te seguí.
Hasta entonces no había definido lo que era estar a tu lado.
Y decidí que quería quedarme allí.
Descubrí tu obra maestra. Tu gota fría. Tu tarro de sal. Tu jardín de lluvia.
Tu huracán de frases inacabadas. Tu invierno de sol y melancolía. Tus tardes recogiendo mañanas. Tus mañanas pintando, escribiendo, escapando. Tu fragilidad indestructible. Tus olas. Tu universo de pájaros migrando a ningún sitio. Tus misterios. Tu letra. Tu ir y volver. Tus montañas de polvo. Tu acidez de cítrico tropical. Tu verano de cal y sueños rotos. Tu voz de subsuelo. Tu volatilidad.

Todavía recuerdo cuando me susurraste aquella canción en el oído, y de repente, nos convertimos en un revoloteo de sueños entre sábanas, y desordenamos nuestras vidas, y tejimos las heridas que nunca nos hicimos con hilo de plomo.

Una mañana de agosto, buscando conchas en una playa perdida y azotada por los vientos y la constante reverberación de las olas, quise decirte que me hubiera gustado morir a tu lado, en aquel preciso momento, y no lo hice.
Dos horas después me reduciste a espuma mientras nos bañábamos en el mar. Y quise saber el truco. Pero tú nunca me lo dijiste. Escondiste el arma entre tus dedos, y me sumergiste hasta el fondo.
En mis labios todavía guardo el sabor a sal.

Ahora, tienes el aspecto de un náufrago, pero en tus ojos todavía queda magia.
Uno por uno, van pasando ante nosotros todas las palabras que nos dijimos.
Por un momento, te veo levantando la ceja, riendo a carcajadas, moviendo frenéticamente los dedos de los pies al despertar...
Me ha parecido un buen final"



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