lunes, 3 de noviembre de 2014

Evergreen.

Caminas descalzo, pisando las ramas rotas de los árboles, entre un desastre de pinos.
El cielo gris, tu jersey manchado, tus botas desgastadas, pero tus pasos firmes, siempre firmes.
Supongo que desde allí ya oyes aquella melodía de piano.
Inevitable.
Metiéndose dentro de todas tus cosas, inundándolas de ese vacío, llenándolas de esa niebla que cubre las historias que nunca acaban bien.
Abres tus dedos intentando hacerte grande, más grande, mucho más grande, para ganarte un lugar en ese mundo tuyo. Pero tus manos no lo consiguen.
Sientes los latidos, acelerar, desesperar, amenazar.
Se te eriza la piel.
Notas como el frío te recorre la espalda.
Cierras los ojos.
Y es como una primera vez.


Sabes que estás aquí, abrirás los ojos y él estará tocando el piano.
Y olvidarás que hace un segundo eras tú el que estaba ahí, dejando llevar tus dedos por un sin fin de teclas siempre tristes.
Y olvidarás la mirada perdida de la única persona en la última fila.
Y olvidarás la canción que cantabas siempre al volver a casa.
Y olvidarás la melancolía.

Te iras sin prisa, sin huir, sin arrastrar los pies, sin notar el peso de toda una vida a cada paso, sin quedarte sin aliento, sin intención de irte lejos, sin ganas de volver a la nostalgia de los últimos días, sin fuerzas para cambiar el mundo, sin la sonrisa de otros tiempos, sin brillo en las pupilas, sin tararear, sin pensar en nada.
Te iras como viniste.

Y dejarás las ramas rotas, entre un desastre de pinos.
Y tus pasos seguirán ahí.
Y tus huellas permanecerán en el piano, en cada tecla.
Pero tu ya no estarás.


No hay comentarios: