miércoles, 14 de enero de 2015

Reminiscence.

Dulce melodía de piano enfermo.
Lento avanzar de pasos en la cocina.
Fundido en blanco, el mayordomo aprende a llorar, mirando por la ventana, hecho añicos en su pequeño uniforme gris.
Alguien dejó la ventana abierta y la señora murió golpeada por las cortinas, acariciada por el mismo viento que la había visto crecer, descalza, con los ojos llenos, y ahora tan vacíos, tan sórdidos, tan grises.
Alguien toca el piano en el sótano, pero nadie se atreve a comprobarlo, por miedo a no ser verdad.
El polvo se acumula en los rincones donde antes habitaban las flores, y sólo el olvido se acuerda de los tiempos donde aquella casa todavía olía a café.
Un violinista agoniza lejos, en la colina, enterrado entre zarzas y tierra podrida, con un diente de león que ha empezado a brotar entre sus dientes y la mirada aún dormida. Inmóvil.
El perro estornuda, y rompe el silencio del frotar de pétalos secos contra el mármol inerte.
La hija juega a tirarse por la ventana, y a chocar contra las espinas de los rosales. Desnuda.
El hijo respira en el árbol, ignorando la cuerda que ahorca su cuello, y la sangre en la punta de sus dedos, goteando.
Las hojas caen y ya nadie las recoge.
La noche llega.
Nada cambia.


"Uno siempre vuelve a los viejos lugares donde amó la vida"

domingo, 4 de enero de 2015

The memory is cruel.


"Sólo tienes que esperar un poco más, y ahí está, como nueva, tu canción. Y de alguna manera ella también te acaricia y te descubre de nuevo, con los ojos demasiado oscuros y la barba demasiado larga, enmarañada. El mundo ya no es el que era, y aún así, todavía no te habías dado cuenta. Estabas tan ciego... Pero ahora lo sabes. Sabes que el tiempo sólo es una mentira si ella no vuelve a casa. Pero ahora, mientras suena esta canción, todo lo que parecía que no importaba vuelve a aparecer, dentro y fuera de ti, y de esta casa en la que siempre seréis dos. Observas desde un rincón la pared desnuda, y los restos de los tiempos en los que todavía amabas la vida. Tus reliquias. Tus hojas caídas sin saber por qué. Y ahí estás, girando, como el disco. Y tu canción. Y en ese momento desearías haber sido perenne, y haber esperado a que todo se arreglara. Pero ya es tarde. Cierras los ojos. Te vas."


viernes, 2 de enero de 2015

Oniria.

"Cuando entré sólo sonaba un piano. Y entre sus notas, intenté encontrarle el sentido a la vida, al paso del tiempo. El pianista miraba a una mujer sentada en una esquina, con un jersey rojo y blanco, a rayas, que lloraba con la tranquilidad de quién no tiene nada que perder. La miraba intensamente, y nadie hubiera dudado que cada nota del piano estaba dirigida a ella, que parecía no levantar la cabeza del vaso medio vacío de su mesa. Tenía un papel entre sus manos, arrugado como sus expectativas. No pude evitar sentarme a su lado. Todavía ahora, me cuesta definir su olor y el vacío que inspiraban sus ojos. Su fragilidad. Estuvimos unos minutos sin intercambiar ninguna palabra, ningún sonido, y nuestro silencio parecía entenderlo todo. Pero, entonces, justo cuando la canción del piano empezaba a agonizar, se levantó y se fue, con pasos cortos, dejando el rastro de su perfume a cada paso. Quise decirle que no se fuera, que yo podía arreglarla. Tuve la primera palabra de aquella hipotética conversación que podría haber durado toda la noche en la punta de mis labios, pero no la dije. Y, de todas maneras, se fue. Hacía mucho tiempo que se había ido."