"Cuando
entré sólo sonaba un piano. Y entre sus notas, intenté encontrarle
el sentido a la vida, al paso del tiempo. El pianista miraba a una
mujer sentada en una esquina, con un jersey rojo y blanco, a rayas,
que lloraba con la tranquilidad de quién no tiene nada que perder.
La miraba intensamente, y nadie hubiera dudado que cada nota del
piano estaba dirigida a ella, que parecía no levantar la cabeza del
vaso medio vacío de su mesa. Tenía un papel entre sus manos,
arrugado como sus expectativas. No pude evitar sentarme a su lado.
Todavía ahora, me cuesta definir su olor y el vacío que inspiraban
sus ojos. Su fragilidad. Estuvimos unos minutos sin intercambiar
ninguna palabra, ningún sonido, y nuestro silencio parecía
entenderlo todo. Pero, entonces, justo cuando la canción del piano
empezaba a agonizar, se levantó y se fue, con pasos cortos, dejando
el rastro de su perfume a cada paso. Quise decirle que no se fuera,
que yo podía arreglarla. Tuve la primera palabra de aquella
hipotética conversación que podría haber durado toda la noche en
la punta de mis labios, pero no la dije. Y, de todas maneras, se fue.
Hacía mucho tiempo que se había ido."
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