miércoles, 14 de enero de 2015

Reminiscence.

Dulce melodía de piano enfermo.
Lento avanzar de pasos en la cocina.
Fundido en blanco, el mayordomo aprende a llorar, mirando por la ventana, hecho añicos en su pequeño uniforme gris.
Alguien dejó la ventana abierta y la señora murió golpeada por las cortinas, acariciada por el mismo viento que la había visto crecer, descalza, con los ojos llenos, y ahora tan vacíos, tan sórdidos, tan grises.
Alguien toca el piano en el sótano, pero nadie se atreve a comprobarlo, por miedo a no ser verdad.
El polvo se acumula en los rincones donde antes habitaban las flores, y sólo el olvido se acuerda de los tiempos donde aquella casa todavía olía a café.
Un violinista agoniza lejos, en la colina, enterrado entre zarzas y tierra podrida, con un diente de león que ha empezado a brotar entre sus dientes y la mirada aún dormida. Inmóvil.
El perro estornuda, y rompe el silencio del frotar de pétalos secos contra el mármol inerte.
La hija juega a tirarse por la ventana, y a chocar contra las espinas de los rosales. Desnuda.
El hijo respira en el árbol, ignorando la cuerda que ahorca su cuello, y la sangre en la punta de sus dedos, goteando.
Las hojas caen y ya nadie las recoge.
La noche llega.
Nada cambia.


"Uno siempre vuelve a los viejos lugares donde amó la vida"

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