La noche baila entre humedad, y las calles nos gritan en los oídos.
Manchas fluorescentes por nuestra piel, luces que se pierden entre latidos, tacones que suenan descompasados, y la
música sigue. El roce de una chaqueta de piel, chillidos de
locura y felicidad, rostros sin nombre que sonríen a la luz de un foco
azul, melenas que azotan motas de polvo.
Sus
ojos me piden un
último baile, y aunque los dos sabemos que bailar no puede arreglar
nada, me lanzo sin pensar apenas en mis habilidades. Unas gafas de
sol rompen nuestro abrazo, y veo como cae la magia del escenario. El
mayor sueño de todos se escapa de la más fría de las noches.
Me
giro buscando algo a lo que agarrarme. El mareo me quita la sed y me
obliga a deslizarme por la columna hasta caer. Cierro los ojos, esperando despertar sobre mi almohada empapada.
Otros brazos me levantan y
unos labios rozan mis mejillas. Puedo ver chispas en el aire antes de
que la noche se encienda en fuego. Se apagan las luces y una voz
seductora entona mi canción favorita.
Siento
su mirada, analizando cada roce de nuestros cuerpos. Ahora ya es tarde
para dar la vuelta a lo nuestro. Las heridas siguen ahí, pero pueden
irse con ginebra.
La letra
que cantamos juntos mil veces, ahora me dice que viva la noche, que solo
es mía. Suenan carcajadas, mezcladas con burbujas. Por ahora nadie
piensa en la resaca de mañana.
Melenas
que azotan motas de polvo, rostros sin nombre que sonríen a la luz de
un foco azul, chillidos de locura y felicidad, el roce de una chaqueta
de piel. La música sigue, tacones que suenan descompasados, luces que se
pierden entre latidos, manchas fluorescentes por toda la piel.
Aun somos jóvenes para llenar de lágrimas una noche de Mayo.
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