lunes, 3 de junio de 2013

Swan lake.

Cae.
En medio de la  habitación que no debería haber existido nunca, se acurruca; la cabeza sobre sus rodillas huecas.
Dulce muñeco de piernas torcidas...
Te has convertido en el desorden que nadie merece ordenar.

Se va.
Delante de él, los cisnes se pierden, y la bailarina de ballet no vuelve a bailar nunca.
El vuelo de algún pájaro muerto todavía se refleja sobre el lago.
A media voz, repite las notas de la triste canción que todos olvidaron.

Eras la casa blanca de la orilla, con el balcón abierto, el perfume de azahar, las sábanas viejas... Ahora eres la misma, pero rota. 
Eres el rey de tu reino en ruinas.

Por un momento, sus ojos vuelven a brillar como aquel día, pero ya es tarde.
El reloj nunca se para, aunque la vida no siempre sigue.
Aunque decir que está bien y agachar la mirada ya no sirva de nada.
Aunque, sin saberlo, por la ventana ya habían escapado las palabras que le quedaban por decir.

Y en un suspiro, se fueron las estrellas que esperaban tener su nombre.
Las canciones tristes, las lágrimas en los ojos.
Los acordes que algún día le definirían.

Los amaneceres que le quedaban, los bailes lentos.
Las veces que dijo estoy bien y no lo estaba.
Las cartas que no habían llegado, los libros que todavía no había escrito.

Y muere.
Como mueren las cosas imposibles, como acaban los sueños que nunca llegan.

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