Estabas demasiado cerca del cielo.
Dabas pasos largos, sin prisa, con una corona de flores blancas en la cabeza, y te sorprendías cuando te llevaban al sitio correcto.
El césped recién nacido te hacía cosquillas en los pies mientras corrías, y con tus manos atrapabas tus sueños, alcanzabas el amanecer.
Cualquier pintor moriría por dibujar tu sonrisa, tus ojos otoñales o la curva de tus labios.
Por aquel entonces no me importaba creer que la vida sólo consistía en esperarte.
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